domingo, enero 30

Sueños shakespeareanos

Me dice Jesús Mario que en todo caso a él le interesaba hablar de lo sucedido después de esa declaración de muerte del cine. Pensé: Como en un sueño.

To sleep: perchance to dream: ay, there's the rub;
For in that sleep of death what dreams may come

sábado, enero 29

Reflexiones ociosas sobre la muerte del cine

To JM Lozano

a) La intervención

El viernes pasado, durante el ciclo de conferencias“Butaca y diván, aproximaciones desde el cine y el psicoanálisis”, Jesús Mario Lozano abordó el tema de la muerte del cine a partir de un texto de Felix Guattari. No llegué a la exposición, pero en el espacio de preguntas el crítico de cine Guillermo Cerda cuestionó la tesis de Guattari con el argumento de que la muerte del arte es un asunto sensentero.

Independientemente de que el tema es anterior a los 60, como lo aclaró en su momento Jesús Mario, me pregunto si los cuestionamientos de los sesentas se pueden descartar sólo por considerarse pasados de moda. El hecho de que tal pensamiento resulte dudoso actualmente tiene sus argumentos, no se trata de un axioma el tal descarte, ni se le puede legitimar a partir de una “tendencia” (en el sentido que se da a esta palabra en el mundo fashion).

b) La postura de Guattari (expuesta por JM en el espacio de preguntas)

En su respuesta a Cerda, Jesús Mario habló de que, de acuerdo a Guattari y a muchos otros pensadores, el lenguaje cinematográfico está gastado, que los nuevos cineastas no hacen sino repetir a los maestros, que no ha surgido, ni parece haber posibilidad de que surja, una nueva manera de expresión cinematográfica.

c) ¿Cómo es una obra de arte?

Una de las pocas cosas que me convencen de esa gran perorata que es “El canon occidental” de Harold Bloom es su idea de que uno puede reconocer una obra de arte por su grado de “extrañeza”.

Lo extraño siempre me ha parecido extraño. Lo extraño, extrañamente, nos pone en contacto con cierta parte interna, digamos, espiritual. Lo extraño nos provoca esa maravilla de alejarnos de la obra y a la vez sentirla como algo propio. No entendemos del todo, pero somos, existimos con la obra, la (nos) experimentamos.
Si nos detenemos en ese primer instante a pensar, a reflexionar, a interpretar, la experiencia desaparece. La experiencia estética es un momento de vida y la vida no se piensa, sino que se vive. La reflexión es posterior, y se encuentra marcada por esa huella de la experiencia sin nombre, la vivencia sin palabras (estamos con Adorno, of course).

d) La idea de “lo nuevo” y los muertos

Me pregunto si lo extraño se deriva forzosamente de lo nuevo. Pienso en la idea del arte como reproducción. Estoy hablando, como siempre, de Platón; pero también de la idea de reproducción en Derrida. El artista (como el escritor) se forma reproduciendo lenguajes, volviendo a decir lo dicho de la misma manera. Pero en ese volver a decir (que frecuentemente es volver a decir lo de los muertos, lo de los grandes maestros muertos), forzosamente hay una diferencia: la vida del que dice, su sello vital sobre lo ya dicho.

El lenguaje propio de un escritor es siempre una mezcla singular (propia) de lenguajes de otros, la propia sopa (o ensalada) de influencias. Aún si volviéramos a filmar, se me ocurre y por seguir con Platón, “Muerte en Venecia”, ¿no estaríamos creando algo diferente? Es pregunta.

e) La repetición y lo inédito

Ahora, una anécdota. Andaba yo muy metida en esto de la reproducción, que en literatura resulta un modo de decir al que actualmente se acude cantidad y que, paradójicamente, abre un espectro infinito de posibilidades, cuando se me ocurrió repetir ciertas palabras que había escrito X o Y. El mensaje que le regresé era idéntico al que él mismo había enviado y, sin embargo, diferente; había adquirido un nuevo sentido y parecía (se escuchaba, se leía) como recién salido del cascarón: palabras viejas, o usadas, o ajenas, que re-significaron simple y sencillamente porque las dijo otro, en un momento diferente, a partir de una circunstancia que había cambiado.

Anoto otro caso: una novela en la que se cuentan novelas. Por ejemplo, la de David Toscana, donde el último de los lectores, el, digamos, enterrador de esos libros muertos, les da nueva vida al contárselos a alguien, al hacer relaciones entre unos y otros, entre las novelas y la realidad.

No hay un lenguaje nuevo o inédito, pero el repetir los viejos lenguajes de cierto modo y con un fin diferente es ya un nuevo lenguaje. (Me estoy viendo demasiado posmoderna, ya sé).

f) Lefty “de nuevo”

Una cita de Lefty al respecto: “Lo que debe hacer uno es mantener el disfrute, mantener lo ganado con cada palabra, de manera que rinda su verdad de aquello que fácilmente se arroja como 'pensamiento': si uno atiende a la palabra ganada, a la palabra recibida, uno muy rápido llega, en la mediación con lo dicho, a la in-finitud del límite”.

g) Gran finale

Todo este palabrerío es para decir que habría que cuestionar ese viejo prejuicio de que es necesario decir las cosas con un “nuevo lenguaje” o, al menos, preguntarnos por lo que entendemos con ese término. La palabra misma, “lenguaje”, me suena a infinito, a eternidad dentro de sus límites (sus reglas).

h) Qué delicia de tema.

viernes, enero 28

LC: La personaja que todas llevamos dentro

I. Pequeña urbe (the joy of waving down a taxi)

El pasado fin de semana Andrés le dio un golpe al carro. Ahora el carro se encuentra en el taller y yo me siento en Nueva York. Apenas salgo a la banqueta después de asistir a una conferencia, a una clase, al cine, detengo un auto. El gastadero. Una de dos: o la ciudad está saludable y ahora da para que una imagine su vida en la metrópoli, o la mala época está provocando una sobrepoblación severa de subempleados (incluyéndome). Me inclino, obviamente, por la segunda opción. En todo caso, y sea por el motivo que fuere, poco a poco me voy convirtiendo en personaje de Paul Auster.

II. Re: La verdad capada

Tiene razón Julio Sueco cuando dice que la pregunta ¿qué es la verdad? está mal formulada. También acierta al señalar que la manera correcta de preguntar sería: ¿cómo es la verdad? En el post donde apunté esta cuestión mal formulada, Julio habla del periodismo como una práctica en la cual, en términos generales, la verdad es capada.

Aclararé ahora el sentido de mi comentario: una nota informativa, como su nombre lo indica, consiste en informar acerca de ciertos hechos (hablar de la verdad aquí, o de la realidad, me parece peligroso); en cuanto a la opinión editorial, se trata de lo que el editorialista piensa acerca de estos hechos, su interpretación personal. En todo caso, el asunto consistiría en preguntarnos qué tan fiel a los hechos resulta una nota periodística informativa, o qué tan fiel a sus convicciones es un editorialista al externar su opinión. Habría que hablar entonces de la fidelidad al hecho, más que de la fidelidad a la verdad.

Comentario extra: yo diría que ser un buen periodista tiene su arte. ¿De qué serviría decir el hecho de manera fidedigna (dentro de lo humanamente posible, desde nuestra observación como sujetos) sin una estrategia capaz de sortear las limitantes propias del medio (la línea ideológica del periódico, los intereses de la empresa, los gustos y/o caprichos y/o convicciones del jefe editorial)? Un periodista con sentido de ética, pero sin estrategias, sin astucia al decir, perdería su empleo de inmediato y entonces de qué nos serviría su ética metida en un cajón. Conozco buenos periodistas y buenos editores (también los hay malos, corruptos, lambiscones, anti-éticos, etcétera, pero ahora estamos hablando de otra cosa), muchos de ellos son propositivos, se arriesgan hasta donde la tensión de la liga aguanta sin romperse, y muchas veces encuentran maneras inteligentes y novedosas de ser fieles a los hechos y a sí mismos. Hay de todo en este mundo.

Por último, debo confesar que me siento halagada de que alguien con la inteligencia de Julio ponga atención a mi mal formulada pregunta y se tome la molestia de señalar mi error. Y, bueno, no lo puedo evitar: me encanta que Don Julio se refiera a mí con el mote de “Madame Dulx”. En este caso me siento personaje de Flaubert.

miércoles, enero 26

Snif (a propósito)

Estamos a punto de empezar la revisión del último capítulo de la novela de Gaby cuando Minerva Reynosa pasa frente a nuestra mesa de trabajo. “Ay”, dice Luis, asustado, “una princesa dilatada”. Enseguida pasa Óscar David, Luis abre aún más los ojos: “¡No!”, grita, aterrorizado, “¡los becarios!”. Gaby lo está mirando con fastidio. “¿Ya puedo empezar a leer mi texto?”, pregunta. El terror de Luis desaparece mágicamente. Damos inicio a una de nuestras últimas sesiones.

martes, enero 25

Nuevos becarios

Felicidades a los nuevos becarios del Centro de Escritores de Nuevo León:
Pedro de Isla, Román Cortázar, Lourdes López Castro, our old friend Oscar David Lo y Pablo García. Allá vamos de nuevo...

La lectura de cierre de la generación 2004 será el 22 de febrero a las 8:00 pm en la Casa de la Cultura de Nuevo León.
Nota al margen: Los ahora exbecarios prometen solemnemente no portar máscaras ni cabelleras en esta ocasión, aunque una nunca sabe qué nueva teatralidad se sacarán de la manga, máxime cuando ya no hay cheque alguno por retrasar (la Virgencita de Guadalupe nos ampare de semejante creatividá).
Por ahí nos vemos.

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Felicitaciones también a los nuevos becarios en el área de Creadores del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, entre ellos: Ángel Hinojosa y mis queridos y adorados y etcéteras Cuitláhuac Quiroga y Javier Garza (qué bonita familia).

domingo, enero 23

Yofi!


Buscando imágenes de Tel Aviv encontré una del barrio yemenita: home, bet shelí.

Teresa's fault


Mi amiga Teresa me pidió una guía de Israel y unos minutos antes de llevársela me puse a buscar los lugares que le recomendaría para su viaje. Entonces descubrí que dentro había guardado papeles con anotaciones, direcciones o teléfonos de gente en la que no he pensado en años y que en aquellos momentos era parte de mi vida cotidiana. Había también tarjetas de presentación, anuncios que había recortado del periódico, y una postal que nunca envié: en ella aparece una perspectiva en contrapicada de la Acrópolis, en Atenas, y está dirigida a mi amigo Abed de Israel.

Muy cerca de la parte media del libro, y a manera de separador indicando un texto que aborda la historia de la Iglesia del Santo Sepulcro en Jerusalén (uno de mis lugares favoritos), hay una fotografía. Estoy en el paseo adoquinado a la entrada del Mercado Karmel, en Tel Aviv. Tengo 5 kilos de más, el cabello cortito, una cola de caballo casi infantil, y una sonrisa enorme. Me viene de pronto el momento: es el día anterior al Shabbat y soy una mujer feliz.

Recién tomé un café de filtro en las mesitas al aire libre con un amigo colombiano del que no recuerdo el nombre, pero sé que es alguien de todos los días, uno de esos seres a quienes no ponemos mucha atención, pero que están siempre. Él me acompañó a las compras y tomó la foto. Llegamos ahí caminando a lo largo de Ben Yehuda hasta llegar al cruce con Allenby. Son las diez de la mañana, huele a especias, el sol está brillante.

Traigo mi sueldo de la semana en la mochila y después del café y las fotos iré a comprar ropa para la playa. Soy una mujer con un mundo propio: trabajo, amigos, aventuras amorosas, conflictos. Nunca pienso en México ni me pasa por la cabeza que algún día regresaré. Más bien estoy pensando en la ropa que me pondré para salir en la noche. Desde un puesto del mercado llega el tipo de melodía que escucho a diario: música árabe. Estoy soportando la urgencia de comer una grasosísima shwarma.

sábado, enero 22

Hábitos habitables

Liter Espacio / Baricco y una película china
Por Dulce María González
El Norte

Si me pusiera a hablar de mis hábitos, de seguro el lector se aburriría. Sin embargo, y a pesar de su carácter rutinario, los hábitos personales son lo más disfrutable del mundo. Conozco a un narrador que no puede levantarse de su mesa de trabajo en tanto no finaliza un fragmento completo del texto que escribe. Una vez agotado el desarrollo de la idea en cuestión, suele, por ejemplo, correr al baño. Este hábito le provocaba un hambre tremenda y una debilidad cuando la inspiración lo atrapaba a la hora de comer, hasta que tomó la costumbre de sentarse a la computadora con un platón repleto de pan con mantequilla, o fritos o alguna otra cosa masticable. En efecto, no se equivoca usted: mi amigo narrador es gordito.

En lo personal, y como casi todos los humanos que conozco, vivo a un ritmo veloz, lo que me obliga a programar mis horas de lectura. Esos espacios sagrados tienen la imagen de una ventana: a través de sus rendijas una respira aire fresco. Aguantar la respiración, los sabemos, no es recomendable, por ello procuro respetar los, digamos, "respiraderos", y disfrutarlos al máximo.

El detalle más importante es procurar que el tiempo corra lento o, de preferencia, detenerlo. Este deseo nació hace muchos años y en el intento de lograrlo he probado de todo: yoga, meditación, control mental, ejercicios de respiración. Alguna vez, durante una de sus entrevistas, Ofelia Pérez (que siempre está investigando, o documentando o entrevistando) me preguntó cuál era mi mayor deseo. "Quiero ser japonesa por dentro", le dije, y le expliqué mi interés en la materia.

Para llevar a cabo este hábito debo salirme de la casa. Una poeta muy conocida de Monterrey me contó que ella tuvo que abrir en su estudio una puerta hacia la calle. Cada mañana se despedía de su familia, salía y de inmediato entraba de nuevo a la casa por esa puerta. Yo no tengo estudio y vivo en un departamento pequeño, debido a tales singularidades soy una lectora de café, dado que en las bibliotecas no se permite fumar.

Al llegar al sitio elegido, saco mi libro y me pongo a leer ignorando al tiempo o francamente deteniéndolo. Para ello es necesario hacer un poquito de teatro, observarse desde fuera. Entonces acomodarse a una misma, tomar peso. Es un estado de ánimo que viene de adentro y que es necesario convocar. Asentarse en un lugar, ser simple y llanamente una mujer leyendo.

Transformarse en una mujer que de verdad lee en el vacío exige concentración. "Finge que crees", dicen, "y la fe llegará por sí misma".

Pero no tendría caso escribir estas necedades si no hubieran sucedido, una después de la otra, la película china en la Cineteca y la novela de Baricco.

La película está incluida dentro de la Muestra Internacional de Cine que actualmente se exhibe en la Cineteca de Nuevo León y que finalizará el 29 de enero. Se trata de "La Primavera de una Infidelidad" (Xiao cheng zhi chun, 2002), una versión contemporánea de un film clásico situado en la China de posguerra.

Dirigida por Tian Zhengzheng y basada en un guión original de Fei Mu de 1948, a su vez inspirado en un relato de Li Tianji, la película narra la historia de lo que no sucede, de lo que no se dice.

Dos seres se encuentran en medio de la imposibilidad y lo que sienten permanece contenido, traspasando el cuerpo, pero sin salir jamás al exterior, inmenso en el alma, pleno y totalmente personal, íntimo. La tensión en el film es casi un objeto, casi la expresión concreta de lo humano. Y la fotografía hermosa, la lentitud de las tomas reflejando ese tiempo interno pianísimo, un ritmo en el que los cuerpos y las almas se llenan de sentido.

Seres que viven la experiencia con la plenitud de quien se la guarda y la deja ahí, adentro, enorme. Este tipo de películas, cuando las sabemos disfrutar, logran el tan anhelado deseo y así sucedió el domingo, un día que de pronto, maravillosamente, quedó suspendido.

La novela es "Seda" (1997), de Alessandro Baricco. Ahí estaba yo, en el café, inmersa en mi momento de verme desde lejos. Enseguida leí la cita de la solapa: "Recordó haber leído en un libro que los orientales, para honrar la fidelidad de sus amantes, no acostumbraban regalarles joyas, sino pájaros refinados y bellísimos". Entonces el tiempo se detuvo y comenzó la historia de un francés que se dedicaba al comercio de los gusanos de seda.

La escritura de Baricco es mínima, austera; en ella cada palabra es equivalente a un gesto en el arte oriental. Sus imágenes son fuertes y logran trasmitir la luminosidad que surge cuando la palabra precisa aparece rodeada de silencio, o el vacío pleno que su personaje encuentra allá, al fin del mundo, o la belleza de una seda tan fina que es casi invisible. En "Seda", Baricco se coloca en la frontera entre la presencia y la ausencia, entre el sonido y el silencio, entre lo que es y pareciera estar a punto de no ser.

Por su parte, Hervé Joncour es alguien que observa su destino como ver llover, que camina viendo sus pasos para no pensar, alguien que admira al gran traficante de seda Hara Kei, quien "como por un singular precepto, dondequiera que va anda en una soledad incondicional y perfecta".

Pero, sobre todo, Hervé Joncour es alguien capaz de lograr lo que tantos deseamos, ya que, casi sin proponérselo, "se pone a mirar la llama que tiembla, diminuta, en el farol. Y, con cuidado, detiene el Tiempo por todo el tiempo que quiere".

viernes, enero 21

But of course!

"Yo más bien apuraría su conversión al anarquismo", dice el coleccionista de huecos
a propósito del post de Marijose.

miércoles, enero 19

Un nuevo idioma


Eliot tenía ya un buen rato invitándome a aprender el idioma hegelés. Y justamente hoy, en mi visita a la librería Gandhi (a donde acudí a buscar bibliografía para un curso), me topé con el libro que mi amigo había sugerido a manera de introducción: “La fenomenología del espíritu”. Después de pagar me fui a la cafetería y me puse a leer las primeras páginas. “¿Qué haces?”, preguntó Oscar David, que con su arribo repentino me sacó un susto. “Aquí nomás”, respondí, “intentando descifrar el primer párrafo de mi nuevo libro de idiomas”. Óscar vio el título con cara de interrogación. "Ajá", susurró, y mejor se puso a hablar de uno de mis temas preferidos: Marijose.

Marijose y los escritores


“Qué guapa se está poniendo Marijose”, dijo el poeta Óscar David apenas se acercó a mi mesa en la cafetería de Gandhi. “¿Cuándo la viste?”, pregunté. “Ayer, burra”. Entonces recordé que Marijó y yo nos topamos con Óscar anoche, en la Casa de la Cultura.

Se me vinieron mil cosas a la mente. El poema que le dedicó Daniel Obregón en aquel taller de donde surgió el Grupo Harakiri, las miles de sesiones en las que Marijose anduvo por ahí, corriendo en torno a la mesa de trabajo o francamente molestando. La Jojo solía rayar las hojas de los textos sobre las que trabajaban los participantes, los obligaba a que la llevaran a la tienda de la esquina a comprar dulces y en ocasiones se burlaba de los textos agregando palabras como “caca” o “popó”.

En las lecturas públicas salía corriendo a saludar a los poetas: los recibía a toda velocidad y con los brazos abiertos esperando un volantín. Después les estiraba el cabello mientras leían o simplemente hacía ruido.

En una ocasión en que no nos dejaba trabajar, Ricardo Montemayor le pidió que llevara a la basura su lata de refreso. “También lleva la mía”, le pedí. “¡No!”, gritó Ricardo, deteniéndome con la mano: “Deja que las lleve de una por una”, dijo, “de u-na por u-na”. Cuando estaba en la prepa, Andrés le comentó a una compañera escritora que su mamá coordinaba el taller de la Casa de la Cultura. “No me digas que eres hermano de Marijose”, respondió ella.

Ahora que ya es grande, Marijose sigue la lectura de los textos y de regreso a casa hace comentarios sobre la sesión. A sus casi 11 años se comporta como una integrante más y hasta me pide que la lleve aunque tenga con quién quedarse en la casa. “Me he dado cuenta de algo”, me dijo hace poco, “además de trabajar, los escritores se divierten”. Y sólo entonces caí en la cuenta de que hace ya un buen tiempo que Marijose entiende las ironías sutiles y los comentarios, puesto que se ríe a carcajadas junto con los otros. “Esta niña ya no debería venir”, dijo Gaby Torres hace unos meses, justo después de sugerirle una travesura: “la vamos a convertir en anarquista”.

A sentence, at last, to survive one day more...

Va, disfrutada, re-escrita y apropiada: “Hoy me siento una singularidad perfecta”.
Like it?
Bonna notte

domingo, enero 16

Xiao cheng zhi chun


To Zeta

Esta película es la versión oriental de “Lost in translation”, pensé al salir de la Cineteca, cuando después de la función caminaba entre los árboles desnudos del Parque Fundidora. El ritmo oriental se me había metido al cuerpo y yo venía disfrutando esa lentitud, intentando que no escapara, inmersa en la sensación de estar llena de algo. El aire frío y los corredores abandonados daban continuidad a la atmósfera de la película que acababa de ver: una historia de lo que no sucede, de lo que no se dice, una situación en la que dos seres se encuentran en medio de la imposibilidad.

Entre los personajes hay algo que no se externa. Todo se queda contenido, todo adentro, traspasando el cuerpo pero sin salir jamás al exterior, inmenso en el alma, pleno y totalmente personal, íntimo. La tensión en el aire casi como un objeto, casi la expresión concreta de lo humano. Y la fotografía hermosa, la lentitud de las tomas reflejando ese tiempo interno pianisimo, un ritmo en el que los cuerpos y las almas se llenan de motivos para estar: cuerpos colmados de vida que los traspasa y los vuelve sólidos: cuerpos con sentido, viviendo la experiencia con la plenitud de quien se la guarda y la deja ahí, adentro, enorme.

Por algo Coppola eligió Japón como escenario, por algo Tian Zhaungzhuang eligió un pueblo chino devastado por la guerra, escenarios inmensos de destrucción, calles abandonadas de muros a medio derruir: la vida resurgiendo en el vacío de la muerte.

“La primavera de una infidelidad” (Xiao cheng zhi chun, 2002), dirigida por Tian Zhengzheng y basada en un guión original de Fei Mu de 1948, a su vez inspirado en un relato de Li Tianji, es una versión contemporánea de una película clásica situada en la China de posguerra.

La vida masticable

“¿Qué hace una envoltura de Butterfinger en la regadera?”, pregunta Andrés esta mañana. Seguramente Pache comía chocolate mientras se bañaba, respondo con naturalidad, y de pronto me cae el veinte de que estoy creando a tres pequeños monstruos hedonistas.

La Mujer Loba se queja

"A otra cosa, mariposa", dice con fastidio.

Y sólo entonces empieza con su necedad de ignorarme:
se lame las patas o se queda viendo la luna:
esa otra sonrisa en lo oscuro.

Good nite a la mujer noctámbula.
Y bye.

Again


Recién regreso del blog de Lukas, nuestro amigo de “El perro cansado”. Escribe él, en un post de por ahí del 10 de enero, que los lectores no soportan a Jelinek porque continuamente cambia de sujeto en su narración. Quizá esto sucede a lectores no muy experimentados, o a aquellos que buscan textos ligeros que no exijan demasiado. Yo pienso que si los lectores no soportan a Jelinek es porque ésta se propone, justamente, una escritura insoportable. De ahí su maestría.

El texto de Lukas, interesante como muchos de los que suele publicar en su blog, incluye un fragmento en el que Jelinek explica su técnica como una derivación de la realidad social contemporánea:

“Debido a lo compacto que es el sistema, ya no existe el sujeto. Ya no existe lo que podríamos llamar la primera naturaleza, la autenticidad de la experiencia. Cada uno es producto de la segunda naturaleza, de la avalancha de imágenes de los medios de comunicación, etcétera. Y hace tiempo que esa segunda naturaleza ha sobrepasado a la primera". (Elfriede Jelinek en entrevista con Julieta Rudich).

viernes, enero 14

Patrimonio


Para Ana, Fernán y Héctor Dino

Hace un rato le dije a C que no me interesan los patrimonios y de pronto caigo en la cuenta de mi error. De hecho, mi vida ha consistido en sostener un patrimonio simbólico. La vida de cualquier escritor es así: el intento de afirmar lo que está antes de nosotros, aquello que hemos recibido incluso sin elegirlo, y enseguida realizar nuestra parte con libertad: continuar con la obra, hacerlo a nuestra manera.

Pienso en mi abuelo Héctor: abogado, periodista, investigador, literato. Lo pienso como si todo lo que ha pasado con nosotros, con todos los nosotros que nos apellidamos así y por lo tanto recibimos la herencia aún sin elegirla.
Lo pienso como si todos estos años.
Lo imagino.
Como si lo vivido desde su vida y su desaparición se pudiera ver en la imagen de una enorme red, un sistema circulatorio.

En el principio fue el corazón.

Ahí está Héctor González en la foto, con todo su impulso de vida en forma de bomba, de máquina latiente, de órgano impulsor. Y enseguida la sangre hacia todo el cuerpo. Mi papá es quizá una arteria por donde pasó esa sangre: un umbral a lo que venía después: nosotros. Un pasaje. Y para ser tal cosa hubo que contar la vida de ese hombre que estuvo antes, mostrar sus libros, inyectar el deseo y la voluntad.

Hay abogados en la familia. Y escritores. Hay, sobre todo, gente brava y aguerrida, humanos que no se rinden. Para mí, no lo puedo evitar, el importante es mi padre. Su deseo de que yo fuera alguien muy parecida a la que soy. Nada nuevo ni mucho menos espectacular, una historia muy simple.

Se trata no sólo de aceptar la herencia, sino de reactivarla de otro modo y mantenerla con vida. No escogerla, sino escoger conservarla. Firma contra firma. Vivir la herencia en la tensión que nos lleva a asumirla, criticarla, reinterpretarla: transformarla.

Lo mismo sucede, supongo, en una familia de médicos.

PD: Habría que leer la novela de Philip Roth, escribir la propia (lo propio).

miércoles, enero 12

Lo prometido


Y ahora, a petición de los becarios del Centro de Escritores, presentamos a Mickey con su suéter nuevo. (Aplausos grabados)

martes, enero 11

Conversaciones telefónicas

Cuando el diálogo no tiene un motivo lo dejamos fluir como al aire. Y sucede a veces que nos descubrimos desprendidos de nuestras palabras. Como si fuéramos otros, o como si la conversación fuera un tercer personaje y nosotros ahí, viéndonos a los ojos mientras las palabras se entrelazan y juegan entre ellas; sin voltear a vernos, desentendidas de este resto que somos: lo que sobra, el exceso de los seres mirándose a distancia.

La conversación es su propia cosa, dice mi amigo esta mañana, es su sí mismo, tiene su propio selbst.

Spots mañaneros

a) Definitivamente el Mickey se está convirtiendo en uno más de la familia: se enfermó de la panza y con eso ganó terreno en áreas del consentimiento: en lugar de croquetas, ahora come arroz con pollito.

b) Marijose sacó 100 en español. Capaz que te conviertes en escritora, le digo. ¿Cuándo vas a entender que voy a ser cantante de canciones en inglés?, responde, y se vuelve a poner los audífonos.

c) En la mañanita, después de bañarse, la susodicha preadolescente se delineó los ojos con mi lápiz de cejas. Vas a tener que lavarte la cara, comento con mucho tacto, no puedes ir así al colegio. Exclama: lógico.

domingo, enero 9

La mujer loba wannabe opina

Señalándome con la garra: "She's got nuts!"

Ora sí bye...

Xacto

"No hay hechos, sólo interpretaciones"

PD: Recórcholis y contra-recórcholis: ¿quién escribió la frase?, ¿yo?, ¿tú?, ¿él?, ¿todos? De nuevo el "misterio de la reproducción".

¡Un poco de luz, plis!

Citar a Derrida, especialmente en este libro en el cual habla sobre el diálogo, el sentido del envío, la escritura de la carta y su destino (al que no siempre llega la carta, el mail, el post), sobre la reproducción literaria y artística; citar a Derrida especialmente en este libro, decía, es entrar de alguna manera a su juego: el juego de la escritura de la carta.

“La tarjeta postal” es un ensayo, pero también es una serie de cartas enviadas a alguien desconocido y al mismo tiempo a cada uno de quienes leemos. Es volver a pensar a Platón al "recibirlo", y es un intento de que la escritura se reproduzca ("reenviar" el diálogo, lanzarlo más adelante).

Ahora sí: resulta que en este acto de reproducción escribo de nuevo lo escrito y lo envío a alguien que entenderá el código, y a quien imagine ese código, y a quien generosamente dialogue comigo, y a mí misma. Entendámonos: estoy hablando a alguien (alguienes) y le (les) digo que contarnos nuestra historia es bla bla bla, que perdonarnos es bla bla bla, que recibir es bla bla bla, en un discurso que es y no el de Derrida, con palabras que también me pertenecen; de manera que quien escribe queda borrado y el significado se multiplica: un texto sin firma, un mensaje dentro de una botella y una botella flotando en el mar. (¿Adónde irá a parar?)

Aunque, como dice Derrida, mi destinatario sea único (he ahí la interesante complicación).

(Co)respondencia, responder(se), religare

Te lo devolveré todo, lo acepto todo, de ti recibiré mi último suspiro. Carezco de todo derecho sobre la historia que nos contamos. Recibe todo lo que das, sólo eso “queda”, sólo queda recibir. (…) Lo que Platón no podía perdonarse, le fue perdonado por Sócrates. De antemano, porque también lo amaba, y eso al otro le permitió escribir y dejarnos cargando sus diálogos. Y tú bien sabes, mejor que nadie, que la primera carta, la primerita, la absolutamente primera, fue la efigie de un filósofo griego.

Jacques Derrida. "La tarjeta postal".

sábado, enero 8

Otra vez Elfriede

Liter Espacio / La escritura violenta
Por Dulce María González
El Norte

Durante las vacaciones pasadas obsequié a mis conocidos alguna de las novelas de Elfriede Jelinek con intención doble, como regalo de Navidad, y para incitarlos a dialogar en el tema que caprichosamente había elegido: la obra de nuestra Premio Nobel de Literatura 2004, escritora ácida, crítica del sistema, feminista descarnada, creadora de una literatura inserta en la tradición austriaca de la denuncia social, a partir del lenguaje directo y la actitud sardónica para con el lector.

En "Las Amantes", publicada originalmente en alemán en 1975 y cuya aparición la lanzó a la fama, Jelinek hace una denuncia de la servidumbre femenina a partir de la historia de tres personajes: Brigitte, Heinz y Paula.

Brigitte es "nada", no tiene vida ni futuro, toda ella está entregada a la tarea de atrapar a Heinz para casarse y convertirse en su esclava: limpiar, cocinar, darle hijos. A Heinz, en cambio, le interesa su futuro como electricista, su cuerpo atlético, la ropa de moda y hacer uso de las mujeres para conseguir placer.

Paula, el "mal ejemplo", quiere prosperar, estudiar costura, conseguir otra vida con más opciones que la de su madre. Como a todos los personajes de las novelas de Jelinek, a estos tres les va muy mal y la conclusión es la de siempre: no hay salidas.

La denuncia feminista se amplía a las dinámicas de convivencia en las sociedades occidentales del capitalismo tardío en "Placer" (1989), una de sus novelas más conocidas al lado de "La Pianista" (1983). La imposibilidad de una vida digna para la mujer se ve ahora desde un espacio más amplio en el que, una vez más, nadie sale bien librado.

A través de la historia de una familia conformada por el director de una maquiladora, su esposa y su pequeño hijo, en "Placer" Jelinek denuncia el sustrato obsceno del poder al interior de la familia, en el ámbito del trabajo y en los intercambios sociales de cualquier índole.

Las dinámicas entre amo y esclavo son aquí de carácter sadomasoquista, relaciones en las que cada uno de los participantes recibe su dosis de goce y que los mantiene atados a las prácticas de una sociedad enferma, las cuales se reproducen al interior de las familias y de las vidas privadas.

Es evidente que a la autora no le interesa que sus personajes adquieran vida propia, puesto que todo se cuenta desde la voz autoral, que jamás otorga libertades de ningún tipo ni al lector, ni a los personajes.

"La historia es sobre Paula y más adelante se verá que su actitud es tonta porque bla, bla", esas cosas dice Jelinek, pero la historia prometida nunca inicia.

La técnica narrativa de Elfriede Jelinek es sorprendente: el discurso avanza en bloques conformados por frases que aluden a diferentes ámbitos (político, social, laboral, amoroso), pero que se relacionan con la misma actitud. Más que acudir al lenguaje poético, como tanto se ha dicho, Jelinek utiliza estrategias poéticas en un texto de índole totalmente narrativa.

Sin embargo, y en total rebeldía en cuanto a las convenciones del género, las novelas de Jelinek se sitúan entre el discurso autoral y el texto de opinión, o el ensayo. Sí hay una historia, pero es ella quien la manipula abiertamente y a partir de una actitud violenta y de rechazo hacia el lector.

De esta manera se crea un equilibrio que va más allá del ámbito literario: las relaciones sadomasoquistas de las historias son idénticas a la relación que la voz autoral establece con el lector, al cual intenta sacar a patadas del texto, pero utilizando herramientas de suspenso que lo obligan a quedarse. En medio de la descripción de un ataque sexual, por ejemplo, la voz narradora se dirige al lector con frases como: "¿Sigue teniendo ganas de leer y de vivir? ¿No? Ah, bueno".

En cuanto al cinismo del discurso, Jelinek lo logra casi siempre a partir de un monólogo interior, digamos, "hiperrealista", en donde el pensamiento de los personajes muestra las verdaderas intenciones que los mueven y que permanecen ocultas a ellos mismos. Como ejemplo, esto que dice interiormente su madre a Paula: "¿Y por qué tú, hija mía, tendrías que ser mejor que yo?

Quédate en casa y ayúdame cuando tu papá y tu hermano Gerald vienen. Y quizá algún día nosotros, yo y tú, tu papá y tu hermano Gerald, te romperemos la espalda. ¡HELLO!".

En lo personal, me molesta la violencia de Elfriede Jelinek; no porque no acepte que la situación de la mujer es bastante cercana a lo que la autora denuncia, sino porque considero que el sentido de esta denuncia se pierde cuando se nos presenta en un mundo sin opciones. No sé si decir que las mujeres de Jelinek son tontas, o no poseen fuerza alguna; en el fondo parecen estar muy bien así, navegando en el oscuro goce que reciben a cambio de su posición de víctimas.

Si en verdad, y de acuerdo a este punto de vista jenilekiano, la sociedad está lo bastante enferma como para que no haya posibilidad de emancipación, entonces de qué nos sirve hablar del problema de una manera tan cruda.

No obstante, si lo vemos desde un lado más amable, sus novelas son la prueba de que aun ahora es posible encontrar literatura conmovedora en el sentido literal y metafórico del término: una tormenta de la que nadie se salva.

El cinismo violento de Jelinek es preferible a la cómoda actitud de Laura Restrepo, por ejemplo, que en "Delirio" (2004) nos muestra la mejor manera de escribir una novela técnicamente adecuada (decente), pero que jamás ahonda en nada, ni nos mueve a otra cosa que no sea a bostezar.

miércoles, enero 5

Shy


lunes, enero 3

Y por último...

El ser al que hasta hace unas horas llamábamos “perro” ahora tiene nombre, se llama Mickey y es el centro de atención de la familia. Se le construyó una camita, se le compró un suéter, se le alimenta con gerber de pollo y croquetas. El doctor opina que está saludable, pero es mejor esperar hasta el viernes para las vacunas. El animal extraño es ahora un perro singular, nuestro perro. (Absolutamente toda la casa huele a ídem.)

Más complejidades

La vida en el planeta Tierra es así: lavar los platos, tender las camas, buscar bibliografía entre el desorden de libros, dar vueltas a las ideas mientras se prepara el arroz (la cabeza es una maquiladora y afuera el mundo tan campante, he ahí la complejidad). Pero hoy se complica aún más el ecosistema gracias al nuevo perro que tiene cara de ratón. Si pongo música, aúlla. Si limpio el piso, se orina. Si intento concentrarme en mi pequeña cabeza (ese detallito) se pone a lamer mis zapatos o a tirar de la ropa intentando comunicarme sabrá Dios qué cosas. ¿Qué querrá este "mal llamado" animal? Y, lo más interesante: ¿qué pensará?

Compleja, en una palabra

Aunque, más allá de su vocación crítica, la escritura de Elfriede Jelinek resulte agresiva en relación a la sociedad, a la cultura y al lector mismo, sus novelas son la prueba de que aún ahora es posible encontrar literatura conmovedora en el sentido literal y metafórico del término: novelas que son una tormenta de la que nadie se salva.

Su cinismo violento es preferible a la cómoda actitud de Laura Restrepo, por ejemplo, que en “Delirio” nos muestra la mejor manera de escribir una novela técnicamente adecuada (decente), pero que jamás ahonda en nada, ni nos mueve a otra cosa que no sea a bostezar.

Leyendo a Jelinek una revalora la palabra: “compleja”, que tiene sabor a “interesante”. También se le esfuman a una los miedos que le provocan buscar siempre una sencillez cotidiana y personal que ni existe, ni es tan recomendable.

Aunque la mujer "real", o quien creo que es ella (ese invento de la autora, la “humana” en mi cabeza) me sea tan antipática.

sábado, enero 1

Por cierto

Olvidé mencionar el abrazo de la madrugada.
Wellcome, solecito.

Rituales y el 2005

¿Y cual era el objeto del ritual?, pregunta Andrés. Es un asunto de integración, le digo, crear un espacio espiritual después de todo un año viviendo en la razón, en lo intelectual y lo práctico. Para eso se inventó la misa, comenta Andrés en tono medio irónico. Pero a mí no me funcionan los rituales comunitarios institucionales, respondo. Qué sangrón se escucha eso, dice, y yo me quedo pensando que amanecí en lo intelectual-sangrón-abigarrado. Venga el 2005.

Cruce de las grandes aguas

Encendemos las velas, el incienso; colocamos las copas de agua y la piedra que Andrés trajo a Marijose de Zacatecas (la fue a sacar de su caja de recuerdos). ¿Te das cuenta?, le digo, ya tenemos los cuatro elementos. ¿Y dónde está el aire?, pregunta. La prueba del aire es el olor del incienso, respondo, y Marijose asiente con mucha seriedad.

Cierra los ojos, le digo, y nos ponemos a pensar en un punto muy lejos, hacia arriba, más allá de la atmósfera y las estrellas. Llámale Dios, sugiero, para que piense en algo concreto. Después nos vamos hacia abajo desde las plantas de los pies, hacia la Madre, digo: el centro de la tierra. Y ella con los ojitos apretados.

Dice sus deseos y se despide de la Marijose que fue hasta ahora, imagina que es una niña nueva. Después leemos el I Ching, tiramos las monedas para que el libro nos aconseje. En su lectura hay un pequeño zorro que está a punto de cruzar el río congelado. Es el paso hacia el orden, lee, y pregunta a cuál orden se refieren. Es la escuela, respondo, los horarios. Está claro que el pequeño zorro es ella y debe tener precaución si desea cruzar a la otra orilla con éxito.

En mi lectura hay también un cruce. Leo en voz alta que estamos en el momento de mayor recogimiento interior: es el momento entre la libación y el ofrecimiento de los sacrificios, el más sagrado. ¿Qué quiere decir eso?, pregunta. Que todavía no son las doce. Ah, dice, claro.

Al terminar bajamos al parque y enciende su bengala, corre por todos lados, se mete en los rincones oscuros, entre los árboles, para que la bengala brille con más intensidad. ¿Ya se acabó el ritual?, pregunta al fin. Sólo falta esperar el momento y abrazarnos. Ah, dice, y, mientras, ¿podemos ver una película?

A mitad de función llega Pache con tequila. Un hombre entre las hechiceras, le digo, el hermano brujo. ¿Qué fumaron?, pregunta, y sirve la primera bebida. Esta es la mejor de las fiestas, dice Marijose, y brinda con su vaso de manzanita.