sábado, marzo 19

Animales

Liter Espacio / Animales

Por Dulce María González
El Norte
19 de marzo del 2005

I Bestialidad

A veces cuando veo a mi perro a los ojos me pregunto qué piensa, cómo siente, de qué manera se acomoda a su cuerpo, hasta dónde llega su inteligencia y, sobre todo, me pregunto si en realidad existe tal distancia entre nosotros, o de qué tamaño es el abismo que nos separa.

El corte entre los humanos y el resto de los vivientes guarda relación con la historia de las ideas. La teoría cartesiana para el lenguaje animal habla de un sistema de signos sin respuesta: los animales "reaccionan", pero no "responden". A partir de este supuesto, de aquello que representa y lo que después se construyó sobre él, hemos justificado nuestros actos de crueldad hacia los vivientes no humanos.

Pensar que los animales, debido a esta supuesta incapacidad de responder, no tienen "alma", nos lleva a ejercer sobre ellos una violencia tan sanguinaria como la de nuestros conquistadores sobre los oriundos de estas tierras, justificada a partir de idénticos argumentos.

Aun cuando sabemos que lo propiamente humano es el lenguaje, solemos pensar que todo lo que somos es exclusivamente nuestro: el sufrimiento, la desesperación, el duelo. Sin embargo, no podemos negar que los animales sufren cuando se les mata en masa después de haber sido engordados con hormonas. Sabemos del sufrimiento animal porque lo experimentamos.

Con todo, no se trata de volvernos vegetarianos o anular nuestros impulsos de destrucción a partir de una revisión ética. Ambas cosas serían imposibles, ya que tanto la condición de carnívoros, como la pulsión de destruir, son inherentes al humano.

El acto de "comerse al otro" está íntimamente relacionado con nuestra experiencia del amor. Aun si dejáramos de comer carne, de alguna manera incorporaríamos simbólicamente algo "vivo": carne y sangre para unirnos con el amado. Y cómo no recordar, ahora que se acerca la Semana Santa, la violencia ritual del sacrificio, la cual responde al anhelo de lo divino, un deseo de alianza asentado en nuestra más profunda humanidad.

Se trata, entonces, de buscar la mejor relación con los otros vivientes dentro de lo "humanamente" posible. Apelar, supongo, a nuestro sentido de la caridad y, sobre todo, entender que el gran discurso histórico sobre los animales es fallido, puesto que el humano, aunque singular, es uno de ellos.

II Literatura y animales

Al contrario de lo que pensamos en nuestra vida cotidiana, y en congruencia con nuestras declaraciones también cotidianas del tipo "soy tigre" (hablando de futbol), la literatura ha proyectado "lo propio del humano" en el mundo animal a lo largo de su historia: detalles de la personalidad o de la organización social, ejemplos morales a través de fábulas, metáforas al estilo de "La Metamorfosis" de Kafka, etcétera.

El último libro sobre animales lo leí la semana pasada. Se trata de "El Libro de las Especies" (Conarte, 2004) de José María Mendiola, un delicado conjunto de textos donde las relaciones entre lo humano y lo animal no son las tradicionales y, por lo mismo, aporta nuevas reflexiones.

Los textos incluidos en el libro establecen una serie de juegos de sentido que se abren a la interpretación. De la descripción de especies, Mendiola pasa a relacionar hechos entre unas y otras, creando una alegoría de nuestra parte espiritual. El cuestionamiento sobre la realidad o el sentido de la vida se vuelca en una serie de cuadros en donde la reflexión filosófica, la ironía y el manejo estético del lenguaje logran un equilibrio interesante.

III Soledad humana

Habría que mencionar, también, la página del artista plástico regiomontano Oswaldo Ruiz (www.oswaldoruiz.com). En la serie titulada "Señales", las imágenes de pliegues casi irreconocibles del cuerpo nos enfrentan a nuestra condición de seres vivos, a la propia muerte, a la experiencia de aquello a que se refiere Derrida cuando habla del concepto profundo de "escritura", o de "huella", y que se extiende al campo de lo viviente.

Pero lo más interesante es la contradicción que significa entrar a las series que vienen enseguida. "Ceguera", "Exceso" y, sobre todo, "Remanente", aportan imágenes de lo humano cultural, la construcción que hemos erigido sobre nuestra soledad y que, olvidándose de la muerte, o pretendiendo ignorarla, hace intentos por escindirse de la animalidad.

Gasolineras en medio de la noche, el letrero de Pemex brillando en la oscuridad. Construcciones alejadas de lo que llamamos vida, flotando en la nada de alguna carretera, como impecables monumentos a la soledad de nuestra especie.

miércoles, marzo 16

Entre poetas te veas

1) Ayer, en la cena del querido Óscar Deivid (23 años cumplió el poeta soñador, hermoso número), me encontré con viejos, no tan viejos y nuevecitos-casi-recién-estrenados mancuspios. Un saludo para todos ellos (los que estuvieron y los que no) desde este sitio.

2) La platiquita sabrosa con Gabriela Cantú, Nancy Garza y Rocío Ríos: es demasiada la poesía para tan pocas horas. Hay noches para llevar, la de ayer fue una de ellas.

3) Va un abrazo para mi Sócrates.

martes, marzo 15

Del libro de personajes de la Mujer Loba: Beatrix Giebel


Nos conocimos en Tel Aviv, en el hostal “Travellers” de la calle Ben Yehuda. Una mañana se rompió la silla en la que estaba sentada, todos en la terraza se burlaron en lugar de ayudar. Yo vi la escena de lejos y me llamó la atención por su fragilidad. Pronto me di cuenta de mi error: la serenidad en ella no implicaba debilidad, sino todo lo contrario. Beatrix Giebel era una mujer fuerte y, para mi asombro, una pintora brillante.

Beatrix nunca lavó platos, ni partió fruta, ni anduvo de niñera o meserando en antros. Elaboraba unos cuadritos miniatura que vendía a un shekel (que entonces equivalía más o menos a un dólar) en tiendas para turistas o pequeñas galerías del centro.

Meses después se marchó a Jerusalén, donde podía vender cuadros de mayores dimensiones a mejores precios, ofreciéndolos en una pequeña plaza de arte. Vivía en un hostal del barrio armenio, a una cuadra de la Iglesia del Santo Sepulcro. La primera vez que Judith y yo fuimos a visitarla, nos perdimos. Se nos ocurrió entonces sacar una acuarela que Beatrix había pintado desde su ventana y nos había enviado a Tel Aviv. Deteníamos a la gente para preguntar si reconocían los tejados que aparecían en el cuadro. Fue de esa manera que dimos con su ventana y, finalmente, con ella.

En Jerusalén, Beatrix nos llevaba a los lugares más extraños: un dizque restaurante en un sótano, con sillones a los lados del horno y cuyo único platillo consistía en las llamadas “pizzas armenias” (en lugar de peperoni o champiñones, contenían huevos cocidos); también íbamos a la terraza de una casa normal donde podíamos tomar café (siempre y cuando pagáramos por él y lo preparáramos nosotras mismas) y desde la cual escuchábamos en las tardes el canto del muecín de una mezquita vecina. ¿Qué hacemos aquí?, nos preguntábamos, ¿no deberíamos estar pintando y escribiendo en otra parte?

En una de nuestras visitas a Jerusalén se me ocurrió adoptar un gato de los miles que vagan en el mercado. No recuerdo qué le vi en especial, o cual fue la señal divina que me impulsó a quedármelo. Lo que sí recuerdo es que hubo un gran pleito, pues yo quería meterlo a la habitación de Beatrix, temiendo que lo “robaran”. Ella nunca olvidó aquella ocurrencia: tuvo que fumigar el cuarto que se llenó de pulgas.

Judith también recuerda la aventura de haberlo transportado, oculto en una caja, a Tel Aviv, donde muy pronto, aprovechando mi ausencia y cansada de los maullidos que no nos dejaban dormir, simplemente abrió la puerta y lo dejó marcharse.

Cuando regresé a México, y una vez que Judith, después de su legendaria boda en Transilvania, se estableciera en Australia, Beatrix vino a visitarme y se quedó un año en Monterrey. Daba clases de alemán en el Tec y el resto del tiempo pintaba escenas que a ella le parecían estrafalarias: gente caminando bajo el sol hacia la parada de camiones en el estacionamiento de Wal Mart, postes de luz con muchos cables, mercados rodantes.

También ilustró uno de los números de “Papeles de la Mancuspia” y cada viernes asistía conmigo a las reuniones de aquel grupo de escritores, al que llamaba: “the drunk poets society”.

La última vez que la vi fue hace 10 años, tomamos un café en el Florian (ahora Vips) de Plaza La Silla y nos prometimos que algún día nos encontraríamos en el verdadero Florian. La semana próxima cumpliremos esa vieja promesa. Actualmente, el trabajo de Beatrix Giebel es reconocido en Alemania e Italia.

domingo, marzo 13

Recuento neurótico y oración

Es un hecho, el próximo viernes parto con la Marijose. Llegaron los boletos y la niña está sobre-entusiasmada: no hay vuelta atrás. Quizá por eso sueño de todo. Las pesadillas más recurrentes tiene relación con el perrolobo: a los descendientes noctámbulos se les olvida que existe y el pobre muere de hambre y/o de sed. También sueño que se les escapa, o se les cae por la escalera, o lo dejan malherido de un portazo.

Él parece darse cuenta y me sigue a todas partes, llora por cualquier cosa para que me preocupe, se rasca mucho con la finalidad de que me preocupe, no come para que me muera de preocupación. También me ve con ojitos desamparados porque pertenece a esta familia y esta familia es especialista en chantajes.

Los santos y los ángeles protejan al mal llamado animal. Amén.

martes, marzo 8

Amanecer con lobos

A medianoche pienso en el amanecer. Amanecen los árboles con nosotros que renacemos de nuestras muertes. Todo amanece y en esto no hay posibilidad de elección: sucede. Aunque nos guste lo negro, o digamos que ya es costumbre, he aquí que aparece lo blanco, sin previo aviso. Así son las cosas en el planeta Tierra, no hay necesidad de argumentar.

A la Mujer Loba le disgustan este tipo de reflexiones, especialmente por la hora. Pensar en el sol cuando es de noche la enferma. Sobre todo porque, recordemos, es una wannabe: en lugar de cazar víctimas se queda a fastidiar.

¿Qué clase de loba eres?, le pregunto, porque tampoco me tiene contenta su costumbre de deambular por la casa, no descanso y por la mañana ahí te voy como zombie: llevo a la niña a la escuela mientras ella duerme a pata tendida en mi cama. La Mujer Loba es así. En lugar de aventuras, televisión. En vez de sangre, clamato. ¿Quién la aguanta?

Dice que de día nada más se disfraza, que soporta como una mártir las horas del mundo. Con lentes oscuros y pensando en vampirear. Yo sé que no, yo sé que lo dice porque en este momento ella está así, medio animala. Mañana, cuando termine de transformarse por ahí de las once, disfrutará su café con leche y dirá que es hora de trabajar.

Nos hacemos reales cada día, dice Lefty: placer con placer, dolor con dolor. A lo mejor es eso. Aunque no lo podría asegurar.

lunes, marzo 7

Otra vez Villoro

Encuentro una recomendación de Lukas en Rizomas, y la tal recomendación me sorprende por la agudeza de su autor, un anónimo que firma simplemente “Ivian”.

Se trata de un ensayo que reflexiona en torno a la escisión ciencia-humanidades. Una delicia. En uno de los agregados al texto, Ivian hace una reflexión que podemos fácilmente relacionar con el fallido cierre de la novela de Villoro:

“…hagamos un inútil experimento mental... digamos que te quieres "ir". ¿Ir? ¿A dónde? ¿A otro planeta? Todo es capitalismo. Si te vas, en tu país, pongamos por ejemplo el "mío", España, si te vas a un pueblo, por ejemplo, "abandonado", si tienes la fuerza de irte solo o casi solo y "conformarte" (o sea, "casi solo" es irse con unos cuantos más, cosa al parecer bastante insoportable para mentalidades a veces enseñadas en "lo abierto-social puro-televisivo", a veces, como las nuestras). Conformarte con... ¿con qué? Los huertos también te cuestan dinero, a menudo es complicado obtenerlos, claro, las casas más, calentarte es trabajoso, etc. O sea, puede que todo ello también te cueste mucho trabajo y dinero...”
Tenemos, un poco más adelante, la única posibilidad de “escapar” a nuestro alcance:

“En definitiva, recuerda, si me puedes ayudar a pensar o aconsejar libros y cosas sobre el manido tema del "ser humano" como especie biológica que se pasa de lista y, en haciéndolo, hace el tonto como ninguna otra antes (...) y claro, ya hay pistas de cómo hacerlo, de por dónde "escapar" al menos mentalmente, por ahora, de tal estupidez, y son pistas para entremezclar: varias filosofías, también, por ejemplo, herramientas de la "sociología de la ciencia" (Bruno Latour, etc.), quizá la semiótica, el platonismo aguerrido de un Alain Badiou, etc., etc.”

sábado, marzo 5

La querida patria

Liter Espacio / El México de Villoro y la macrobandera
Dulce María González
El Norte

Cada tarde, al salir de la Facultad de Medicina y dar vuelta en Simón Bolívar hacia el sur, me pregunto cómo andará la bandera. Empecemos por ahí: un asta del tamaño de un edificio, la enorme enseña patria ondeando sobre el cerro del Obispado, señoreando nuestra ciudad. Cuando una camina por las calles del centro de Atenas no puede dejar de ver la Acrópolis en lo alto, símbolo de la parte espiritual de una cultura, recordatorio de los sueños de sus antepasados. ¿Cuál es el significado de nuestro particular monumento?
Una bandera enorme puede expresar mucho de lo regiomontano. También nosotros somos México, parecería ser el mensaje, o bien: no estamos tan mal como piensan. Todo eso, tomando en cuenta que se trata de Monterrey, se debe expresar a lo grande. Hasta que el tal símbolo se despinta, se cae, se enreda, es retirado de su lugar, vuelto a izar, y así.
Más allá de los intereses políticos de quienes tomaron la decisión de colocar la enorme insignia en lo alto, a muchos nos asombra su capacidad metafórica. En un momento de enfrentamientos entre los diferentes sectores del País, el asunto de la bandera es el recordatorio perfecto del caos.
De acuerdo con el pensador esloveno Slavoj Zizek, los monumentos hablan de lo que sucede al interior de una sociedad en su determinado momento histórico.
"La verdad está afuera", dice Zizek, citando el lema de "Los expedientes secretos X". Y los eventos recientes relacionados con nuestra bandera parecen confirmar su tesis.
Pero vayamos a lo literario, ese otro documento de la realidad. Tenemos, por poner un ejemplo reciente, "El Testigo" de Juan Villoro. Después de recibir el Premio Herralde de Novela, uno de los máximos galardones literarios en lengua hispana, la novela de Villoro salió a la luz bajo el sello de Anagrama a finales del 2004.
No se trata de la gran novela mexicana de nuestro tiempo, al trabajo le hace falta una torsión más en la cuerda, una mayor profundidad en el alma de los personajes, un ir más allá de los hechos políticos y la situación nacional.
No obstante, el texto logra reflejarnos valiéndose de una trama bien estructurada y un análisis de la cultura que da cuenta del trabajo que Villoro ha venido desarrollando desde hace años.
Julio Valdivieso, intelectual mexicano, profesor en la Universidad de Nanterre, regresa al país después de largos años de ausencia. A partir de que pone el pie en esta tierra, y en una historia entre narración detectivesca, nota periodística y ensayo literario, el personaje se ve involucrado en una serie de eventos que dan cuenta de nuestro llamado "momento de transición".
"El Testigo" nos introduce en el ambiente policiaco y el empresarial, da cuenta de la presencia del narco casi como institución, del negocio de las telenovelas y de los reality shows, del caos político, de las ONGs, de la corrupción y las pequeñas causas perdidas. Todo ello visto a través de las contradicciones intrínsecas de la poesía y la vida de López Velarde, el anhelo utópico de la rebelión cristera y, en general, en una revisión de las paradojas históricas que nos preceden.
La novela es un continuo hurgar en el pasado y un intento de establecer lazos con el presente donde, también, un proyecto imposible de nación se traduce en desorden. La renovada asociación entre lo político y lo religioso, entre la apariencia y los sucesos reales; el aparatoso artificio enmarcando las mentiras, las traiciones, los golpes bajos.
Un escenario del absurdo donde nadie se pone de acuerdo y cada quien avanza en la dirección que le conviene.
Hasta aquí todo va bien literariamente hablando. Sin embargo, al inicio de la tercera y última parte del texto, la trama se complica a tal grado que resulta imposible continuar. Quizá por ello Villoro cae en la tentación de escapar de la trampa en que ha caído la narración acudiendo un cierre romántico, muy cercano a la cursilería, en el cual retira al personaje de una realidad sin pies ni cabeza y lo regresa al campo. Ah, si todos y cada uno de nosotros pudiéramos largarnos al campo a sembrar frijoles.
Julio Valdivieso renuncia entonces a ese regreso "oficial" que lo obliga a situarse en medio de la corrupción de nuestras instituciones, deja esta indeseable realidad nacional. Con ello, Villoro abandona las consecuentes trayectorias narrativas de su novela, las deja, digamos, suspendidas, mientras su personaje retorna al último lugar posible: a la tierra, a la mujer elemental, al origen. Un final inverosímil para una trama sin solución.
Y sin embargo, me pregunto, aclarando que mi cuestionamiento no justifica el fallido final de la historia, me pregunto cómo podría el autor imaginar un cierre que de verdad funcionara, tomando en cuenta que su novela aborda este país disfuncional. En este punto vuelvo a nuestra bandera, a lo que develan sus continuos contratiempos, a la inevitable ironía de las solemnidades y desfiguros a que ha dado lugar, etcétera.

Últimos comentarios sobre la bandera

Comentario 1:
"Es un campo de futbol volando, me gustaría ver lo que pasa si se viene un ventarrón".

Comentario 2:
"Hace mucho que el orgullo nacional sólo es posible con la construcción de banderotas"

La experiencia de la imagen


Para empezar, la entrada: un portón hacia lo imposible. La página de Oswaldo Ruiz es demasiado, me digo, acaso porque siempre que la visito me conmuevo. ¿Cómo lo hace?

Los pliegues del cuerpo, la extraña incomodidad de lo orgánico.

Los mejores momentos del goce tienen relación con lo insoportable. Enseguida, ante mis ojos, llega la posibilidad de la muerte: esto es un tormento sado. Si el cuerpo, cualquier parte del cuerpo, en especial la más irreconocible, nos provoca tal experiencia (no poder despegarnos de la imagen y, al mismo tiempo, sentir la urgencia de largarnos), es quizá porque a través de esa vida que somos en lo concreto (carne, piel, huesos) algo atisbamos de su contrario (muerte, degradación, nigredo).

Después esas gasolineras en medio de la noche, de la nada. Estaciones con su letrero de PEMEX brillando en la oscuridad, como una aparición, como islas a mitad de un sueño.

Y el placer de las líneas en una simple puerta iluminada, en una ventana ciega, en unos vasos transparentes.

La imaginación está en el encuadre.

viernes, marzo 4

Springtime: ideas bajo el sol

Aire:

Permanecer cerrados o respirar aire fresco. En todos los eventos. Bajo techo o a plena luz del día esa doble cara de lo mismo. La esperanza en la posibilidad de elección.

Belleza:

Encuentro notas sin fecha en un libro, en ellas apunto ideas sobre el carácter incierto de los hechos. La realidad real es inalcanzable y por eso inventamos el lenguaje: ya que no estamos seguros de nada, al menos ponernos de acuerdo.

Enseguida paso al punto de vista chino: quizá porque lo real escapa de nuestras manos, ellos se dedican a realizar minuciosos apuntes basados en la observación. Lo interesante es que las conclusiones a que llegan relacionan a la naturaleza con el deseo del hombre superior en el sentido de la virtud. Ellos, los chinos, o al menos sus ideas filosóficas, observan la naturaleza para aprender a ser nobles. De ahí los consejos del tipo: “Hay que ser suaves y fuertes, como la hierba que se dobla pero nunca se quiebra”. O esa otra reflexión que aconseja unir la docilidad a la fortaleza si se desea alcanzar la plenitud de una yegua. Aquí los hechos intentan aprehender la imagen de lo real, una imagen surgida de la observación estricta y que, no obstante, da lugar a una nueva construcción, algo diferente a la naturaleza que se pretende capturar.

La característica más importante del proceso codificador chino es la belleza: la esperanza en la posibilidad de perfección.

martes, marzo 1

Del libro de personajes de la Mujer Loba: “My dearest neighbour”



Marijose, por Carlos Flores




Vive en el departamento de enfrente y es fotógrafo. Su estudio está dispuesto en el espacio donde nosotros tenemos la recámara de Marijó. A la Mujer Loba le encanta espiarlo en las noches mientras yo me entretengo en internet. Asegura que se queda hasta tarde y es casi vegetariano. Me gusta entrar a su casa sólo para ver las fotografías en la pared. Tiene una colección de películas envidiable.

Todos en la familia somos modelos. Nos llama cuando compra una cámara nueva, “para probar”. Tiene más fotos de nosotros que mi mamá, y eso es decir demasiado.

Cuando los descendientes de la noctámbula se quedan fuera de casa, llaman desde su teléfono. Si alguien necesita vestirse de manera formal, ese alguien sale a las 7 de la mañana con la corbata en la mano y dice simplemente “ahi vengo”. Hasta los cobradores van y le preguntan a qué hora se me ocurrirá regresar o dónde me escondí.

Sabe cómo dar con los rincones del alma. Me sienta en una silla cómoda, me ofrece café, pone música hermosa y empieza a disparar mientras habla de cosas sin importancia o me hace reír. Después me enseña lo que ha logrado ver en mi rostro. En ocasiones da vergüenza que alguien pueda ver tanto.