sábado, octubre 28

Coetzee y la vejez

Literespacio / Experiencias en el extremo
Por Dulce María González
El Norte

Coetzee

Pocos autores profundizan en el tema de la vejez, J. M. Coetzee es uno de ellos. En sus novelas, la vejez se manifiesta como una etapa de experiencias extremas, un momento en el cual la vida es puesta en cuestión desde la pérdida y, sobre todo, como un tiempo en el que el deseo muestra su carácter inefable.
Un viejo funcionario del imperio se enamora de una joven prisionera en "Esperando a los Bárbaros" (1980), su necesidad de ser correspondido lo lleva a emprender acciones comprometedoras, por las cuales es acusado de traición y posteriormente encarcelado y sometido a las más crueles torturas.
Una circunstancia similar sucede en "Desgracia" (1999), novela que inicia cuando un maestro universitario ya mayor seduce a una de sus alumnas, provocando con ello el escándalo a partir del cual se derrumba su mundo.
En "El Maestro de Petersburgo" (1994), basada en la vida y la obra del escritor ruso Fedor Dostoievski, un anciano que recibe una carta en la que le anuncian que su hijo adoptivo ha sido asesinado, emprende un viaje con el fin de conocer las circunstancias de la tragedia. Inmerso en el sufrimiento, se involucra sexualmente con la antigua casera de su hijo, relación a través de la cual, paradójicamente, experimenta la soledad y la pérdida.
En "Hombre Lento" (2005) un fotógrafo sesentón es atropellado cuando pasea en su bicicleta. A raíz del accidente pierde una pierna y cae en una depresión profunda, en medio de la cual se enamora de una enfermera joven, al grado de ofrecerse a pagar los estudios de uno de sus hijos, aun a sabiendas de que está siendo utilizado.
En las novelas de Coetzee, la pérdida total marca el inicio de las historias, en las cuales el autor estira al máximo los callejones sin salida, las situaciones insostenibles, el horror de que todo haya terminado y al mismo tiempo continúe: un estiramiento del fin.
Y sin embargo es ahí, a mitad de la desesperanza, en lo profundo de la soledad y el sufrimiento, donde los personajes experimentan la verdad fundamental del deseo humano.
No se trata aquí de viejos contemplativos o de amores platónicos. En los ancianos de Coetzee no hay idealismo alguno al respecto. Lo que hay es una reflexión descarnada en relación al cuerpo sin belleza, a lo inevitable del deseo que arrastra a los personajes aun a costa de la desaprobación de un mundo que, de todas maneras, ya no es el suyo.
¿Qué puede perder alguien que ya lo perdió todo? La vergüenza, el honor, la dignidad, responde Coetzee, siempre hay algo más qué perder. Los personajes caen, se hunden y siguen ahí, tambaleándose, en ese alargamiento del final en el que se rebelan inútilmente ante lo inevitable.
Si los viejos no son tocados por nadie, si tienen prohibido tocar, entonces los masajes terapéuticos de la enfermera en "El Hombre Lento", o los masajes que el funcionario de "Esperando a los Bárbaros" proporciona a la prisionera en sus pies destrozados a causa de la tortura, son capaces de provocar la más intensa pasión y convertir al hombre viejo, necesitado, en un ser que se arriesga, alguien a quien le importa poco perder lo último que posee.
"Tendríamos que conmocionarnos más a menudo", dice Paul Rayment, protagonista de "Hombre Lento", "deberíamos armarnos de valor y mirarnos en el espejo, aunque no nos guste lo que vemos en él. Y no me refiero a los estragos del tiempo. Me refiero a la criatura que está atrapada detrás del cristal y cuya mirada normalmente procuramos evitar".
Al abordar la vejez, Coetzee no hace concesiones; por el contrario, expone lo más íntimo de la experiencia. En sus novelas, la vejez se manifiesta como una mirada desde lo más profundo de la condición humana, un estado del alma capaz de cuestionar y entender lo que somos a partir de aquello que, con suerte, algún día seremos.

viernes, octubre 20

Cubanidad

Esther en alguna parte

1. La construcción del espacio en la imaginación

En “Dos Cubalibres”, volumen que reúne una serie de artículos de Eliseo Alberto aparecidos en diversas publicaciones (tengo entendido que hace un par de meses se publicó otro libro de esta naturaleza en Cal y Arena), Lichi se refiere constantemente al exilio, situación que alimenta, determina y motiva su escritura.
“Un hombre sin país es un náufrago”, dice en el texto introductorio a la primera parte del libro, “un escritor sin lectores nacionales (naturales), el mismo infeliz”. Más adelante, cuando se pregunta a sí mismo el motivo por el cual sus dos últimas novelas no ocurren en Cuba, responde que fueron los problemas del exilio los que lo obligaron a inventarse un lugar imaginario.
Si en vez de haber realizado este diálogo consigo mismo, me hubiera preguntado a mí, yo le habría respondido que su apreciación es cierta y no, ya que desde mi punto de vista, si las novelas de Lichi ocurren o no en Cuba, es lo de menos, ya que todo en la literatura de Lichi es Cuba, su reconstrucción desde el alma y la memoria, un intento de traducir a palabras el origen y, a la vez, la tierra prometida.
Curiosamente, un poco después de hacerse a sí mismo tales declaraciones, Eliseo se puso a escribir una novela que al fin, efectivamente, ocurre en Cuba. Sin embargo, esa Cuba de “Esther en alguna parte” es también un lugar imaginario, un sitio construido y reconstruido por Lichi en su afán de crear aquello que añora, recuperar lo propio a través de la imaginación.
La de Eliseo es una escritura muy asentada en el dolor, muy consciente de la melancolía que la genera, del hueco. Cierta ausencia que lo obliga a sentarse ante el teclado, hablar de lo que desea con el alma, de lo que no quiere olvidar.
“Cuba está en ningún sitio y en todos”, dice enseguida. “Yo la visito cada noche. A veces en sueños, a veces en pesadillas. Amanezco sudando a mares. Mi país me amamanta. Adoro mi imperfecta nación de bolsillo.” Más adelante asegura que el novelista trabaja con sus obsesiones. “Lo que mas extraño”, dice, “¿quieres saberlo?, es que ya no vengan a interrumpirme mis dioses de vecindad- y, calro, ese calor de útero enamorado que envuelve La Habana cuando va cayendo la tarde.”
Al releer “Esther en alguna parte” vinieron a mi mente estas últimas palabras, puesto que lo que Eliseo logra con esta novela es que una se olvide del discurso y entonces palpe, huela, escuche ese calor de útero enamorado que es La Habana. Sin embargo, para que a una le suceda eso, olvidarse del lenguaje y al fin tocar lo que se dice, para eso es necesario que el autor maneje el lenguaje con maestría. Alguien nos cuenta una anécdota y de pronto desaparece el narrador, junto con las palabras de las que se vale al contar. ¿Cómo lo hace?, nos preguntamos. ¿Por qué motivo “Esther en alguna parte” nos provoca sentir que aquello que transcurre es vida pura, con toda su riqueza, su densidad? Magia, hechicería de la buena y un oficio tremendo, una maestría al decir. Crear lo invisible no es tarea fácil, provocar que el lector se ponga el traje y olvide que existen el hilo y las costuras, menos.
Hace un par de días hablé con un amigo que está en estos momentos en Madrid y le conté que presentaría a “Esther…”. “Una hermosa novela”, comentó, y agregó que le gusta porque en ella los personajes están demasiado en la carne. Nos pusimos a conversar sobre la sensación fuerte, concreta, de estar ahí mientras leemos, en esa ciudad a la que nunca hemos viajado y sin embargo la palpamos. Una “imperfecta nación de bolsillo”, dice Eliseo en su auto-entrevista. Un lugar construido a golpe de melancolía, decíamos mi amigo y yo en el teléfono. La Habana de “Esther en alguna parte” o, lo que es lo mismo, la Habana de Lichi, es un territorio concreto, oloroso, táctil. He ahí la magia.
Son demasiados los años invertidos, pienso, demasiado el esfuerzo de recrear las calles, la gente, y quizá por ese motivo el espacio de imaginación que es La Habana de Lichi, la de los personajes Lino y Larry Po explota en el libro como una fruta madura. Entonces se nos presenta real, cercana. Una Cuba de palabras que se abre a la vida, que se parece demasiado a la vida, que nos provoca vivir a través de su mar, su cocina, sus personajes. ¿Existe algún lugar más cierto que el interno, algún territorio más real que el de las lluvias y las conversaciones de “Esther en alguna parte”?

2. Elogio de la amistad

“Esther en alguna parte” es una novela escrita en dos actos con intermedio y epílogo. En ella, dos viejos que sienten haber vivido más de lo razonable y a quienes el lector no imagina que pueda sucederles algo más, se encuentran. Y el encuentro da lugar a una de las amistades más profundas que he leído.
En “La llama doble” Octavio Paz comenta que al preguntarle la razón de su amistad con Étienne de La Boétie, Montaigne respondió lo siguiente: “Porque él era él y yo era yo”. Justo eso advertimos en los protagonistas de la novela. Lo que une a Lino Catalá y Arístides Antúnez es precisamente que cada uno de ellos es, de manera inconfundible, él mismo.
El melancólico Lino Catalá, viejo aislado y taciturno, siempre atento a las formas de la urbanidad, generalmente desentendido de la vida que ocurre allá afuera por motivos de viudez, vejez y falta de utilidad en el mundo, encuentra su equilibrio en Arístides Antúnez, mejor conocido como Larry Po. Parlanchín estrafalario este último, actor enamorado de la vida y, por lo tanto, de la comida, de la música, de las conversaciones interminables y todo aquello que alguna vez, hace más de 2 mil años, Epicuro aseguró que eran el meollo de lo que llamamos felicidad.
El resultado de esta singular mancuerna es una amistad entrañable, una amistad que es un arte del compartir, del convivir, una profunda experiencia a dúo que es el tema central de la novela. No olvidemos que se trata de un texto con título doble: “Esther en alguna parte o el romance de Lino y Larry Po”.

Lichi

3. El deseo y la búsqueda

Más que a las escenas de acción en “Caracol Beach”, novela de Eliseo Alberto que leí hace años y cuya estructura presenta profundas similitudes con el discurso cinematográfico, “Esther en alguna parte” evoca el discurso exuberante de quien narra con placer, con el deseo de ser escuchado, comprendido, amado, un tipo de escritura presente en otras de sus novelas, como es el caso de “La eternidad por fin comienza un lunes” y algunos momentos de “La fábula de José”.
En “Caracol Beach” encontramos este discurso pleno en el cuaderno que escribe uno de los personajes, un pobre soldado a quien le toca hacer el villano y cuya desdicha nos lleva a reconocer la inocencia esencial de la raza humana.
Por otro lado, el recurso de pasar directamente al cuerpo del texto lo escrito por alguno de los personajes lo encontramos también en “Esther…”, aunque acá se trata de otra asunto: una lista de amantes que Arístides Antúnez, alias Larry Po, ha ido anotando en su cuaderno de pastas rojas.
No se trata de esa moda en la narrativa contemporánea de concebir personajes que se dedican a enlistar prostitutas en espera de una medalla, el cuaderno Larry es el testimonio de una búsqueda. Aquello que anota es en realidad un mapa o, más bien, un itinerario: una manera de documentar el largo camino que ha emprendido en busca de una mujer llamada Esther Rodenas, que es la mujer con mayúsculas, la única.
El paso de una mujer a otra es motivado por el anhelo de encontrar en ellas, o en alguna de ellas, a aquella joven de la que se enamoró en la adolescencia y a quién aún idolatra, y es, también o en última instancia, la búsqueda de un imposible, de una falta, de algo que Larry Po es consciente de haber perdido para siempre y sin embargo continúa buscando.

4. Palabras que colman a los personajes, que los llena hasta el tope y provocan que las palabras mismas se desborden

Hablé de las exhuberancias en el lenguaje de aquel diario en “Caracol Beach”, de ciertos momentos mágicos en “La eternidad comienza en lunes”, que es también una historia de amor. Sin embargo, no me canso de repetirlo, “Esther en alguna parte” es una novela en la cual el lenguaje, de hecho, sale a borbotones en su afán de narrar lo maravillosa que puede ser la vida cuando se manifiesta a través de dos personajes dispuestos a compartir el dolor y los recuerdos, pero también la esperanza de seguir adelante en su búsqueda.
Aparecen entonces los olores, las canciones, los sabores de los platillos, la humedad de la lluvia y el calor del sol. Todo ello en una avalancha de imágenes, voces, sensaciones que nos provocan sentir que, en efecto, estamos en La Habana o en Arrollo Naranjo, calladitos, muy cerca de Lino y de Larry, quienes paladean el presente al tiempo que realizan su recuento de amores, y desventuras, y de momentos hermosos. Entonces descubren ahí, tan cerca de nosotros, que la vida sigue andando en tanto seguimos vivos.

5. Cuba de nuevo

Al repasar la novela, una y otra vez, me pregunto si Esther, esa niña que siempre será una jovencita en el corazón de Larry, ese símbolo de lo añorado, de lo perdido y sin embargo recuperado en la memoria, no es la tierra prometida de la que hablaba al principio, el origen que buscamos todos, aún a sabiendas de que jamás lo tendremos por completo. Acaso podremos saborearlo en cachitos, de vez en cuando.
Esther en alguna parte” es uno de los trabajos más hermosos que le conozco a Lichi. Es, también, una pieza más en el rompecabezas de esa Cuba que Eliseo parece dispuesto a armar ladrillo a ladrillo, calle a calle. Sin descanso y durante toda la vida.
En esta gran empresa de reinventar lo perdido, de construir con palabras el espacio inabarcable de la imaginación, todo en torno a Eliseo Alberto es Cuba. Su casa es un trocito de la Cuba que lleva adentro, su música y sus libros también. Los platillos que cocina (Eliseo es un gran cocinero) y las anécdotas que cuenta y las fotografías colgando de las paredes.
Hay una imagen de Eliseo Alberto que guardo como un tesoro. No recuerdo el día de la semana, creo que era sábado. Lichi está frente a su computadora, escribiendo como un loco mientras leo un libro en el sillón de la sala. Es el hombre más sensible que conozco y el más inteligente, pienso, y aunque tengo hambre intento concentrarme de nuevo en mi libro. Lichi tiene alma de poeta, me digo, porque no me puedo concentrar en la lectura cuando él está escribiendo. Volteo a verlo, Lichi posee una capacidad innata para ver el mundo de manera sencilla y sin embargo profunda.
Hay una lámpara colgada del techo, debajo un frutero colmado de mandarinas, plátanos, naranjas. En el estudio, Lichi es un hombre que ha dejado el mundo para más tarde. Es hora de comer y sin embargo escribe con desesperación, sin descanso. De pronto se pone de pie y camina hacia la cocina, toma un trozo de pan y regresa a la computadora. Está empeñado en crear una noche dentro de la noche, como dice que dice Piñera, una calle dentro de la calle, alguna tierra dentro de la tierra que también sea Cuba, cierta Esther que las palabras hagan posible.

lunes, octubre 16

Blog to be wild

Hoy participé en una mesa de la FIL sobre blogs. En realidad fui moderadora. Me invitó Nohemí Zavala y ahí voy como si anduviera desocupada, buscando a ver qué.
El título de las jornadas es "Blog to be wild" (¿será?). Y el de la mesa de hoy: "Crazy little thing called blog" (eso sí, para que veas).
Todo el mundo hablando de diarios electrónicos, de publicación inmediata, de edición personal. La energía de los escritores jóvenes apoderada de la atmósfera. El público, prendido.
Dice Jennifer Adcock que antes del internet tenía un diario que mostraba a sus amigos y habló de la necesidad de ser leída. He ahí una motivación literaria, pensé. (¿Será?)
Lo peor fue cuando Gaby Torres dijo que la primera vez que escuchó sobre blogs fue porque yo la invité a vistiar el mío. Recuerdo que tenía un nombre mamón el susodicho blog: "Apuntes rizomáticos". Me entró la nostalgia.
Escribir, escribir, escribir...
Ya basta.
Posdata: El miércoles presentaré la novela "Esther en alguna parte", de Eliseo Alberto. La cita es a las 5:30 pm en la sala A.
Por cierto, ya ni te extraño.
Bueno.
Fin.

domingo, octubre 15

Papeles repasados

1. Un repaso nostálgico y un registro
Después de leer el último libro de Fuentes, en el que intenta, en repetidas ocasiones, hablar como los jóvenes de ahora y termina haciendo el ridículo, mezclando, por ejemplo, la prehistórica palabra “borlote” con la contemporánea “antro”, fue muy reconfortante leer “Papeles repasados” último libro de cuentos de Mario Anteo, quien no teme a los “tocadiscos”, ni a los teléfonos de monedas, ni a la música de Zapa o de los Rolling Stones.
A los personajes mismos les entra la nostalgia y se ponen a hablar de su pasado. El vendedor de discos en la pulga que quiso ser roquero y nunca grabó un disco, el que saltaba de los camiones antes de que éstos se detuvieran y un día de juventud perdida cayó de panza en la banqueta, o la que, en un mundo anterior a los celulares, salió a la calle buscando un teléfono público y se encontró con el amor.
Las secretarias aporrean máquinas eléctricas en lugar de acariciar teclados de computadora y muchos, pero muchos de los personajes clasemedieros del libro, sin imaginar los créditos bancarios y demás facilidades futuras para hacerse de un auto, se transportan tranquilamente en camión.
Paréntesis: Mario fue el primero de mi generación en modernizarse. Recuerdo que tenía una máquina que no solo era eléctrica, sino que poseía una pequeña pantalla en la que era posible escribir hasta tres líneas de texto antes de darle al enter. Cuando íbamos a su casa, sede de un taller literario en el que también participaba Héctor Alvarado, Mario presumía su máquina y hacía demostraciones.
Entonces Héctor, a quien no le gustaba dejarse ganar, tomó sus ahorros y partió a Mc Allen con el fin de hacerse de una extraña máquina con pantalla de cerca de diez líneas. El extraño armatoste, Héctor no dejaba de aclararlo, no era precisamente una máquina de escribir, sino un procesador de palabras. Un par de años más tarde, Mario, a quién tampoco le gustaba dejarse apantallar, compró una computadora, ganándonos de nuevo a todos, pero principalmente a Héctor.
Comentario aparte: Mientras esa carrera en campos de la tecnología se llevaba a cabo, yo escribía en una pequeña máquina portátil, ya que nunca tenía dinero para comprar aparatos novedosos. Fin del comentario y del paréntesis.
El caso es que, aún cuando no todos los cuentos suceden en esa época, “Papeles repasados” me provocó recordar al Monterrey de los 80. No es sólo el hecho de que, a través de muchas de sus historias, Mario realice la documentación literaria de eventos importantes como el derrumbe del Cine Elizondo o la construcción de la Macroplaza, es, principalmente, la precisión con la cual logra retratar las atmósferas.
Al leer estos textos una se da cuenta de que ha olvidado demasiado pronto lo que era vivir en un mundo tan asfixiante cono el de entonces. La denuncia que hace Mario, por ejemplo, de la burocracia priísta, del poder de los funcionarios con sus brillantes placas a manera de permiso para hacer o decir lo que les diera la gana, o de las molestias que causaban los simulacros de campaña de candidatos que de todos modos iban a ganar, pasa a ser un registro, una huella literaria de ese extraño mundo en el que vivíamos y que estábamos habituados a sortear.
No obstante lo anterior, los textos poseen también la posibilidad de disfrutar el recuento de las calles, de las plazas, de los sitios de reunión de entocnes. Al leer los cuentos una se pasea por aquel otro Monterrey, evoca imágenes que estaban olvidadas o en las que nunca se detiene a pensar. No es solamente el paisaje o la atmósfera de ciudad no tan grande, es también cierta rebeldía por parte de los personajes, cierto deseo de romper con los moldes sociales y apropiarse de la vida y del mundo, cierto interés por construir una cotidianidad diferente, cierto estilo de ser joven en una época de idealismo.
Y enseguida el derrumbe, la caída de aquellos sueños, el enfrentamiento con la realidad de los treinta o los cuarenta años, el choque con el mundo. El recuento de lo que fue y de lo que no se pudo.
Me pregunto si en aquella atmósfera decadente en la que nos tenía sumidos el partido único, aquel mundo sin Internet en el que las cabareteras ocupaban el lugar de las actuales bailarinas extranjeras de los table dance, me pregunto si en aquella atmósfera provinciana tan alejada de las actuales chiflazones cosmopolitas los regiomontanos vivíamos lo humano de manera diferente y me respondo que con o sin computadoras, estos animales tan complejos que somos los humanos buscamos siempre lo mismo. Generalmente, y aunque no seamos capaces de advertirlo, eso que buscamos es algo muy simple y a la vez muy difícil de conseguir, gracias a nuestras neurosis y nuestras telarañas de siempre, más las que se van acumulando.

2. Una narrativa que se reconstruye a si misma

Todo indica que el repaso de los “Papeles repasados”, ejercicio de construcción y reconstrucción que Mario Anteo entrega en forma de libro, guarda relación con la conciencia de una narrativa que se observa a sí misma.
Lo anterior me asombró cuando empecé a leer el libro hace unos días, el cual no había podido ni abrir, por estar muy ocupada preparando la ponencia para el Encuentro de Escritores de la semana pasada.
Apenas iniciada la lectura, me percaté de que el libro de Mario era el mejor ejemplo de lo que yo intentaba decir en mi ponencia: el asunto del autor que, despojado de su identidad, digamos, real, irrumpe en el texto como narrador de la narración misma. Para explicar lo anterior, lo cual no resulta nada fácil, me apoyé en la propuesta estética de Elfried Jelinek, sin saber que en la actual narrativa de Mario, precisamente en su ejercicio de repaso y reconstrucción, el asunto resulta mucho más claro.
El cuestionamiento central de la ponencia es el siguiente: ¿Quién es ése, o ésa, que dice “yo” en lo escrito? “No es solamente el continuo salto entre mundos que debe realizar el que escribe”, digo en la ponencia, “es su presencia ante el teclado, su dudosa identidad”. “Situada en una posición intermedia entre la supuesta autora y la también supuesta historia”, continúo “Jelinek narra que narra a partir de una voz múltiple. Las voces de los personajes, del narrador y de la supuesta autora se mezclan y terminan conformando una sola voz a partir de una estructura, digamos, musical”.
Para ejemplificar lo anterior, digo lo siguiente: “Si yo intentara utilizar en estos momentos las formas de Jelinek, tendría que construir un discurso conformado de discursos. ¿Y cómo haría para que el resultado no fuera un caos ininteligible? Para empezar, tendría que elegir una especie de voz guía: la voz de la que escribe. Esa voz ordenadora no abordaría la ponencia de manera directa, sino que empezaría diciendo algo así como: “Se trata de una ponencia acerca de bla bla bla.”
Cierro la idea anterior diciendo que escribir una ponencia de esta manera significaría un enorme esfuerzo y por ese motivo renuncio al juego de identidades múltiples. O, por lo menos, a esa manera de hacerlo consciente en la escritura. En este tipo de escritura, agrego, “la ficción aparece no solamente en lo narrado, sino en la narración misma. No obstante, construir un yo tan quebrado, conformado de tantos yoes hablando, ¿no es acaso ajustarse a la realidad más concreta del narrador?”
Recapitulemos: más allá de cuestiones de carácter más bien filosófico, en este tipo de estética el asunto es que el autor aparece en el texto y se pone a narrar la narración misma, creando así un narrador por encima del narrador original. Veamos el ejemplo de Mario, presente en el texto titulado “Las ruinas de la Macroplaza” y también en “Hacienda y crédito público”, uno de los mejores del libro, el cual empieza así:
“Hace tiempo bosquejé un relato que nunca escribí. Recuerdo que enlazaba cuatro voces (una carta, un diario de viaje, un delirio y un cuento breve) en torno de un narrador que enfocaba al protagonista en el momento de rendir éste su declaración anual en Hacienda. Eran tres los personajes, todos biólogos. Juan, el protagonista, de lentes y sedentario…”
Después de este primer párrafo, y sin apenas darnos cuenta, el autor se funde con el narrador de la historia y estamos ya leyendo un cuento convencional. Continuamos así un par de páginas y de pronto aparece de nuevo la voz del autor: “El proyecto original narraba la partida y el viaje a Brasil”, dice este narrador de lo narrado, “pero para abreviar saltaremos hasta el momento en que los exploradores ya están en la selva.” Fin de la interrupción supuestamente autoral y nuevo chapuzón en la historia.
Pero, tal como sucede en la estética de Jelinek, a la superposición de voces narrativas se enlazan las voces de los personajes, que a su vez irrumpen en el discurso autoral: “La ley le ha dado como margen para cumplir con sus obligaciones el mes de abril, y hoy es 31 de abril. Por eso llena de prisa el formulario. Raro que, siendo tan precavido, lo haya sorprendido la fecha, se me olvidó de plano”.
En tra parte del texto, cuando leemos directamente una carta enviada por uno de los personajes, el narrador autoral hace ciertas aclaraciones, recurso que cualquier coordinador de taller literario reprobaría por no ceñirse al género: “La curiosidad lo mató”, dice la carta, “la enfermiza comezón de querer estar siempre en otro sitio. Raine, el guía, dice que la culpa fue de él, por confiado” En este punto termina el párrafo y al abrir el siguiente advertimos que de nuevo es el entrometido quien habla: “La carta continúa, aquí lo importante es la reacción de Juan ante la imprevista, terrible noticia: Roberto ha muerto.” Por supuesto, y como era de esperarse, el narrador entrometido nunca explica la reacción de Juan, la cual, supuestamente y tal como lo ha aclarado, es “lo importante”.
La manera tan eficaz en que la narración es transformada en bosquejo, sin que por ello deje de narrar la historia, fue lo que más me sorprendió de estos cuentos, en los cuales el bosquejo o, digamos, la supuesta maqueta del cuento es el cuento mismo. Por otro lado, el riesgo y la complejidad que implican contar algo de esta manera, mismo que señalo puntualmente en mi ponencia, aumenta si tomamos en cuenta que a Mario le da por la pureza en la construcción de frases.
En otros textos sucede otro tipo de narración igualmente interesante: el narrador se desdobla e, ignorándonos, se pone a hablar consigo mismo o con sus personajes. O sea: se dice y se responde. En “Fantasma de carne blanca”, un narrador convencional se parte en pedazos con el fin de interrogar a su personaje:
“Cuando con mano firme Elba rompió la relación, él sólo atinó a llorar como un niño. Tal llanto le supo muy mal a ella, lo supuso un grosero chantaje emocional. Enseguida, sin advertirlo, descargaba ella la furia pisando a fondo el acelerador, hasta que de frente se estampó en un muro.
Allá, en la banca, ¿seguías teniendo miedo? (pregunta de pronto el entrometido)
Sí (responde el personaje)
¿Podías sacudírtelo?

¿Por qué estás tan seguro?

¿Sí qué?
Sí a la chispa, al tropismo (dice el personaje, repentinamente consciente de que está siendo contado)
Está bien (dice el entrometido), puedes descansar.”
Hay otros cuentos, mucho más regidos por estéticas más bien convencionales, pero no por ello menos interesantes: estructuras dramáticas en las que el narrador desaparece con el objeto de que el lector escuche directamente las voces de los personajes, estructuras en las que se juega con los tiempos o en las cuales se va enlazando, como en un collar de cuentas, las realidades internas de quienes no se conocen, pero comparten el instante al coincidir en una plaza.
Entre los libros escritos por Mario Anteo que he leído, o sea, entre todo lo que ha publicado, éste es el que más me gusta. No sólo por el asunto de nostalgia que mencionaba antes, sino porque además de disfrutar la lectura de las historias, una puede encontrar opciones interesantes relacionadas con otro tipo de placer: el placer estético de las estructuras complejas y las formas de narrar, todo ello a partir de un manejo del lenguaje que nos provoca olvidar su carácter tan inhóspito, su naturaleza tan salvaje.

sábado, octubre 14

Sobre el Encuentro

Literespacio / La supuesta realidad
Por Dulce María González
El Norte

Durante el Encuentro Internacional de Escritores, celebrado del 5 al 7 de octubre, los invitados nos pusimos a discutir acerca de los bordes. Un tema a la medida del oficio para quienes la pasamos entre el aquí y el allá, entre el "to be or not to be" de los personajes y de la propia presencia en la escritura.
De las fronteras geopolíticas hablaron unos cuantos. Imposible hacer a un lado esta problemática, ante la inminencia del muro que construirán nuestros vecinos del norte y lo que esto significa a todos los niveles de interpretación.
Para el dramaturgo tijuanense Hugo Salcedo, por ejemplo, la migración es un "teatro de carne y hueso", la puesta en escena de la orfandad del hombre en el nuevo siglo.
No obstante, la mayoría decidió escribir sobre otros tipos de fronteras más relacionadas con el oficio. La preocupación por los límites del lenguaje, por las fronteras entre ficción y realidad, y las que dividen a los géneros literarios dio lugar a sendas mesas de ponencias y posteriores sesiones de diálogo con el público.
Senel Paz dejó claro que la realidad es un concepto filosófico. Su postura, relacionada con la imposibilidad de establecer fronteras, dado que nuestro sentido de realidad tiene como base lo que imaginamos del mundo, me recordó las afirmaciones de Slavoj Zizek, en el sentido de que aquello que consideramos real es en el fondo una fantasía.
Y aunque todos en las mesas estuvimos de acuerdo en que lo real es algo inaccesible, quedó claro que no sólo podemos imaginarlo, sino que además hablamos de ello, establecemos sistemas de referencia, escribimos sobre temas que nos inquietan e intentamos ponernos de acuerdo.
Hubo invitados que no pudieron evitar hacer lo que mejor saben: crear imágenes, mundos. En plena época conceptual, no sólo los pintores son capaces de provocar que aparezca en la mente de otro algún objeto intangible.
Felipe Montes, por ejemplo, habló del "modelo de los mundos posibles". Su ponencia, que recuerda el gusto del argentino César Aira por crear maquetas arquitectónicas al escribir, propone que el mundo real es un mundo ficcional, uno de tantos. En este sentido, el mundo real, junto con otros mundos posibles, se encuentra contenido en el lenguaje.
Un momento interesante del encuentro fue cuando Teresa Porzecanski habló del lenguaje periodístico. Dado el "espesor" de la realidad, sus aspectos indescriptibles, desde su perspectiva la nota periodística es sólo un recorte selectivo que, no obstante, pretende ofrecer transparencia.
Porzecanski aseguró que actualmente se da una uniformización de las mentes a través de los medios, lo que convierte a la información en un simulacro.
El tema propició que alguien del público hablara de la "ficción" del triunfo de Calderón, a lo que Pedro de Isla respondió comentando que la ficción no es exclusiva de uno de los actuales extremos políticos, sino que los incluye a ambos.
El asunto de nuestra situación política y la manera como esta "realidad" es descompuesta y en seguida reordenada por los medios, o sea, "ficcionada" por el discurso periodístico, abrió una discusión interesante que era imposible agotar en ese momento.
Al ver lo que sucede en Oaxaca, la manera como un grupo de maestros desesperados, muertos de hambre, se enfrenta a las autoridades. Al releer el informe de la SEP sobre el bajo nivel académico en las escuelas, y escuchar las quejas de la opinión pública, para la cual, si los maestros tienen una vida digna o no, es lo de menos.
Al observar cómo un grupo político se aprovecha de la situación, y la manera como se desvía la atención de las protestas que originaron el problema.
Al advertir el temor general en relación a la ruptura del orden y el estado de derecho, no puedo menos que aceptar que Porzecansi tiene razón: el espesor de la realidad es enorme.

miércoles, octubre 4

Encuentro Internacional de Escritores Monterrey 2006

Encuentro


Va una atenta invitación a las mesas de mañana por la tarde (4:30 y 6:30 pm) en las cuales participaré. La cita es en el auditorio del Museo de Historia Mexicana. La programación completa está aquí:

Programa

Posdata: Nuestro querido Ricardo Yáñez habla de reciente reunión etílica con Una Servidora en su columna de hoy en La Jornada.

martes, octubre 3

Nadie es profeta en su tierra

No puedo decir que la película "Así", de Jesús Mario Lozano, haya tenido mala acogida en Monterrey. Tres semanas en cartelera demuestran lo contrario. Sin embargo, la crítica de nuestros paisanos fue más bien desfavorable.
Agrego aquí un artículo de Rafael Aviña, aparecido en el periódico "Reforma" el domingo pasado, y un comentario del conocedor y crítico regiomontano Pepe Quintanilla:
'Así' se hace cine
Para los que apuestan por un cine mexicano distinto e inteligente
Rafael Aviña
Ciudad de México
(29 septiembre 2006).-
El debut del joven cineasta regiomontano con Doctorado en Filosofía Jesús-Mario Lozano, es, endefinitiva, una de las más gratas sorpresas que el cine mexicano ha deparado en este 2006. Su película-experimento, titulada simplemente Así (2005), es así de contundente en la exploración de una juventudasfixiada en las cuatro paredes de una sociedad de doble moral y valores confusos que impone y comercializa sexo, imágenes y cualquier asomo de esperanza.
Lo que más sorprende no es tanto su compleja y al mismo tiempo sencilla puesta en escena: la gran mayoría de las escenas suceden en planos fijos de 32 segundos que ocurren justo a las 23 horas con 32minutos en la vida de Iván (Roberto García Suárez, toda una revelación), que rematan en un fundido en negro, sino la universalidad de su propuesta argumental, en donde aparentemente no sucede nada ¿Qué tanto se puede vivir en 32 segundos?, y, sin embargo, resulta un fiel y doloroso reflejo de una juventud, cuyos intentos de introspección chocan contra un muro saturado de falsedad y basura visual.
La traición, la amistad, el desconcierto, el miedo, el deseo y la incertidumbre que viven los adolescentes son el microcosmos de Iván, quien trabaja en una librería y cuyo mejor amigo es un entusiasta invidente (Cantú) que estudia Literatura –Iván lee para él–, que le regala una cámara de video, que no sólo le sirve para conectarse con el mundo exterior, sino con una pareja de performanceros callejeros (David González Zorrilla y Almaguer), que lo introducen en un extraño triángulo de sometimiento y caos sexual.
Así es una película dura, difícil, arriesgada, valiente y original. Un ejemplo de que puede hacerse cine en México con recursos mínimos y sin apoyos, pero con inteligencia y contundencia dramática. Un relato que nos enfrenta y perturba, y a su vez es capaz de mover emociones y encender debates.
Así
Dirección: Jesús-Mario Lozano
Con: Roberto García Suárez, Oliver Cantú, Berenice Almaguer.
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Rafael Aviña es uno de los mejores críticos de la ciudad de México, muy informado y excelente investigador.
Su opinión, la cual respeto mucho y con frecuencia coincidimos, es también altamente valorada.
Sus comentarios sobre ASI han sido excelentes y justos.
Pepe Quintanilla

domingo, octubre 1

Domenica (el extravío)

Rara experiencia la de imaginar, fantasear, creer que hemos perdido algo o a alguien. Una muerte. Y sin embargo todo sucede aquí, dentro de la que llamamos Yo Misma. En lo profundo de esta multiplicidad. En el espíritu que de pronto se desarmoniza, alejándose del cuerpo. También en el cuerpo. Ahí sobre todo.
Perder es perderse, desdibujarse, desubicarse: la brújula desaparece, el contorno. Yo Misma no sabe quién es, se derrama sobre el piso. ¿Cómo es este ánimo?, me pregunto porque deseo aterrizarlo y enseguida explicárselo a alguien, alguien, alguien. Un trozo de humanidad.
Sabes que la cocina está a unos metros de la recámara, estás totalmente segura de que, si das un paso detrás de otro, llegarás allá en un segundo. Pero una fuerza contraria te lo impide. Y si sucede esto es porque no estás en la recámara, sino perdida.
Decidí ponerme a leer la tercera entrega de Narrativas que recién había enviado Magda por mail. Necesitaba pensar otra cosa. Y buscarme. Lo hacemos siempre aunque en ocasiones no lo advertimos: nos buscamos. Y a veces, como sucedió hace un rato, nos encontramos. Una respuesta venida de sabrá Dios dónde. Un repentino encuentro con Yo Misma. ¿Eres ésta?
Es un texto de Cristina Rivera Garza, se llama “La vida, extraviada”. Cito un fragmento:
Perderse para producir el contexto desde el cual es posible atisbar el yo.
Perderse para encontrar una isla de óxido en el tiempo.
Perderse para encontrar, unos treinta años después, el momento de la pérdida.
Perderse para cumplir una misión.
Perderse para encontrar lo que no se buscaba.
Perderse para restar.
Perderse para vivir dentro del Gran Aro del No.
Perderse para desvariar y discurrir y disgregar.
Perderse para perder.
Perderse para decir la vida, extraviada.
-Nos encontramos y enseguida nos perdemos de nuevo -opino.
-Así es esto -agrega Yo misma.
-¿Será el Renacimiento de Leonardo o el mío? -se pregunta La Otra, esa pequeña rata despistada.
-Ambos -murmura Yo Misma y se aleja entre los árboles.
Qué raro todo.